Los lunes
no me gustan. Supongo que como al resto de los
humanos, pero yo quería dejarlo claro. No me gustan. Y no me gustan
por muchas razones.
Cuando
eres trabajador (una de esas personas afortunadas con una nómina a
fin de mes) el lunes es indicativo del
fin de dos días muy valorados y poco aprovechados -comúnmente
llamado fin de semana-, así como del inicio de cinco laaaaargos días
laborables y casi siempre también poco aprovechados.
Sin
embargo, cuando no eres trabajador (es decir, desempleado, parado,
asiduo a las colas del Servicio Público de Empleo, …) el lunes
es indicativo de otra semana de desesperación, siete días repletos
de cambios de humor, de esperanza, de desilusión, de espera agónica
por una llamada telefónica o un email que puede cambiar el rumbo de
tu vida, de interminables horas buscando y rebuscando cualquier
periódico, página web de empleo o boletín en el cual salga
publicada una oferta de trabajo que encaje con tus características
personales y profesionales. Siete días que poco se diferencian entre
sí, y cuando lo hacen es porque algo bueno o malo le sucede a las
personas que te rodean. Esas personas que se desesperan tanto o más
que tú mismo por esta situación que parece no tener fin.
Dicen
que hay una luz al final del túnel. Yo digo que esa luz se ha
fundido.
Hoy,
último lunes de Noviembre, me despido
deseando que un día no muy lejano llegue un electricista que
cambie esa bombilla.
Pinkisses de Be.
@nubladoperorosa
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